La migración en sentido contrario ha comenzado. Un creciente número de venezolanos que en su momento intentaron alcanzar el “sueño americano” están regresando al sur, atravesando Panamá en su camino. Algunos lo hacen con pesar, otros sin arrepentimiento, pero todos con la esperanza de un nuevo comienzo en un destino distinto a Venezuela.
El pasado fin de semana, más de dos centenares de migrantes irregulares, incluidos niños, se congregaban en una localidad cercana al Puerto de Cartí, en la comarca indígena panameña de Guna Yala. Su objetivo: abordar una embarcación rumbo al sur. Un bote con 20 migrantes, entre ellos cuatro menores, zarpó el domingo desde la isla Gardi Sigdub, ubicada frente a Cartí, con destino a la isla Calidonia y posteriormente a Puerto Obaldía. Esta localidad es la puerta de entrada a la selva del Darién, una frontera peligrosa con Colombia que ha sido, en los últimos años, un corredor clave para el flujo migratorio en la región.
Nunca me voy a arrepenti
“No se dio la oportunidad de entrar a Estados Unidos, pero no me arrepiento. Nunca me voy a arrepentir. Pasé muchas dificultades, pero al menos lo intenté”, cuenta John Orozco, un venezolano de 49 años que permaneció seis meses en México. Divorciado, con una hija en Venezuela y dos hijos en EE.UU., Orozco ingresó a Panamá hace un par de semanas por Paso Canoas, la frontera con Costa Rica, tras su estadía en México.
Hasta el momento, ha invertido alrededor de 900 dólares en su viaje de retorno. Siguiendo los consejos de otros migrantes que recorrieron la misma ruta inversa, logró llegar a Cartí “evadiendo los puntos migratorios” para evitar ser deportado a Costa Rica. A diferencia de otros países, en Panamá las restricciones eran más severas, comenta.
Orozco habla con EFE desde una casa rústica en la selva, propiedad de un indígena. En una habitación, un grupo de hombres con acentos colombiano, venezolano y panameño registran a los viajeros en un cuaderno, anotando nombres y números de identidad, mientras contabilizan el dinero necesario para continuar el trayecto.
Durante su tiempo en México, intentó obtener una cita migratoria a través de la aplicación CBP One, habilitada por la administración de Joe Biden, pero suspendida en enero pasado bajo el gobierno de Donald Trump. Si bien en México pudo trabajar, enviar dinero a su familia y ahorrar, decidió no quedarse debido a la “soledad y la distancia” de sus seres queridos. Ahora, su meta es Chile.
Para continuar su travesía, Orozco pagará 225 dólares por un pasaje en bote hacia Capurganá y luego a Necoclí, ambas localidades fronterizas en Colombia. En Medellín lo espera su hermana, quien le está ayudando económicamente para llegar a su destino final. “En Venezuela no puedo hacer nada sin dinero. Allá, para trabajar y obtener algo, necesitas capital. Con las manos vacías, solo te espera un sueldo que no alcanza para nada”, reflexiona.
Volver a empezar en Chile tras “una experiencia terrible”
Karla Castillo, una venezolana de 36 años y madre soltera de cuatro hijos, confiesa que se “arrepiente mil veces” de haber dejado Chile, donde vivió por cinco años, para intentar llegar a Estados Unidos. “Fue una mala decisión”, admite.
Castillo relata que, tras salir de Chile, pasó diez meses en Venezuela antes de emprender su viaje hacia el norte cruzando el Darién. “No se lo recomiendo a nadie. Es lo peor que puede haber. Se ve de todo: muertos, violaciones, robos… Te manosean, te tocan”, denuncia entre lágrimas, recordando que en Tapachula, México, fue víctima de un intento de secuestro.
Su objetivo era llegar a Estados Unidos y luego llevar a sus hijos, pero el cierre de la frontera frustró sus planes. Ahora, regresará a Venezuela temporalmente antes de volver a Chile, donde trabajó como niñera y tuvo “excelentes jefes” con quienes aún mantiene contacto.
La caída del flujo migratorio por el Darién
El flujo de migrantes a través de la selva del Darién con destino al norte cayó un 94 % en enero pasado en comparación con el mismo mes del año anterior. Pasó de 34.839 personas a solo 2.158, según datos de las autoridades panameñas. Esta drástica reducción ocurre en medio del endurecimiento de las medidas de seguridad en Panamá y la política migratoria de Trump.
En las últimas semanas, grupos de migrantes provenientes del norte han intentado ingresar a Panamá desde Costa Rica en este flujo migratorio inverso. En este contexto, el viernes pasado una lancha con 21 personas -19 de ellas migrantes de Venezuela y Colombia- naufragó en el Caribe panameño. Veinte de los pasajeros fueron rescatados con vida, pero una niña venezolana de 8 años perdió la vida, según informaron las autoridades.
El fenómeno del retorno de migrantes pone en evidencia las dificultades y peligros de la migración irregular, así como la compleja realidad que enfrentan quienes buscan mejores oportunidades fuera de su país.